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◖ 22 ◗  

ALEJANDRA.

Abrí mis ojos por cuarta vez en lo que me pareció ser media hora, el transcurrir de los segundos y minutos me resultaban exactamente idénticos. Al fin de cuentas, ambos se convertían o dejaban de ser después del número 60 y, si me influenciaba por ese pensamiento, podía decir que tener presente su inicio y su final era algo ilógico porque las manecilla del reloj seguirían cruzando sobre los mismos dígitos y nada tendría algún cambio que fuera visible para mí. Sin mencionar que me alteraría mucho estar contando como el tiempo pasaba y mi estadía en el psiquiátrico perduraba sin variables de situaciones o soluciones.

Al estar atrapada solo con mis pensamientos, cada segundo se transformaba en un duradero siglo y, por más que viera desfilar las horas o minutos, ante mis ojos el transcurso del tiempo no parecía avanzar. Estaba tan atacado como yo en ese lugar.

El encierro me mantenía en una atmósfera de intranquilidad y desesperación acompañada de una ligera pizca de nerviosismo descontrolable y, si a eso le agregábamos la oscuridad que me rodeaba; entonces no sabía si prefería estar en ese lugar o dentro de una pesadilla interminable con la silueta persiguiéndome, ya que no encontraba diferencia que me hiciera decidir cuál espacio era mejor. Aunque, sabiendo que ese ente completamente negro solo era una creación de mi demencial mente y que no me haría daño como pensé durante todo ese tiempo, supuse que un sueño con su compañía no sería tan malo después de todo y que prefería eso a continuar contando las grietas que marcaban el suelo y las paredes.

Desde el centro hasta el exterior, el edificio es una mierda.

No podía estar más que de acuerdo con las palabras dichas por mi conciencia.

Teniendo en mi memoria el recorrido y cómo había visto el psiquiátrico dentro de mi vida de fantasía, llegué a pensar que allí todo era encantador mientras tanto la realidad era una completamente diferente, repleta de una verdad destruida que no había sido consciente hasta entonces. Las paredes no eran solo blancas ya que contaban con extraños caminos y figuras formados por las marcas y manchas que nunca había visto, al igual que el desgaste y grietas de las baldosas que adornaban cada metro cuadrado de la construcción, y mejor ni hablábamos del patio trasero porque no tenía conocimiento de ese lugar. Me mantenían aislada de los demás y ni siquiera sabía por qué, y aunque tratara de preguntar siempre obtenía la misma respuesta: «es por tu bien, hasta que tus recuerdos regresen». Así que sí, hasta que a mi mente no se le ocurriera la maravillosa idea de abrir la caja donde mis recuerdos estaban archivados no tendría posibilidad de ver o hablar con nadie más que no fuera Ed, Matthew o Léonard, ni mucho menos pisar otro lugar que no fuera mi habitación número 07 o la sala 3 donde mantenía mis psicoterapias.

Por lo tanto mi estadía era una de las peores, y mientras que mi cerebro viajaba por los momentos no vividos creados por mi imaginación, mis ojos permanecían constantemente enfocados en la pared más cercana cuestionando cómo había sido posible tener conocimiento de cada espacio de esa construcción si no había tenido la oportunidad de conocerlo por completo. ¿Acaso cuando me habían ingresado tuve la posibilidad de siquiera visitar el patio? ¿El ala de los hombres? ¿La oficina de Léonard? Bueno, aunque verdaderamente nunca ingresé a ese cuarto y supuse que solo me creí que tal mueble estaba en tal lugar sin saber con exactitud si era así o no. A lo mejor así había sucedido con todos los espacios que componían la construcción, o así como mi mente mantenía mis recuerdos ocultos, también lo hacia con los primeros días en los que me instalé. Ni siquiera sabía hasta dónde tenía conocimiento y qué tanto permanecía entre las sombras del olvido, pero quise creer que conocía cada centímetro de ese lugar o de lo contrario una ráfaga de ansiedad me atacaría por no saber cuántos cuartos habían allí y dónde precisamente se encontraba la salida.

No quería pensar que estaba en medio de un laberinto y que me llevaría días poder partir del centro hasta salir por uno de los tantos senderos idénticos y confusos. No quería llevarme la sorpresa de encontrarme con uno sin abertura por donde marchar y liberarme del caos, necesitaba avanzar por una ruta recta y segura hasta ver la luz del sol abrazándome una vez más. No quería quedarme a mitad del camino desamparada, ni mucho menos esperar a que alguien más me hallara.

Si en mi vida inventada era una mujer decidida y que no requería de nadie para que la ayudara, ¿Por qué no podría hacerlo también en la realidad? ¿Por qué tenía que esperar hasta que los recuerdos volvieran para saber la verdad?

¿Por qué mi futuro quedaría en manos de mi mente cuando yo podría tomar las riendas y manejar mis tiempos a mi gusto?

Largué un suspiro y me recosté en la pequeña y dura cama. Mis ojos fueron disparados a la parte más oscura del techo... más allá del centro, en una de las esquinas donde la claridad del foco casi no llegaba.

Mi pasatiempo había sido permanecer en esa posición, contorneado las líneas que se habían dibujado sobre cualquier superficie a lo largo de los años.

No sabía la cantidad exacta que se había cumplido desde el día en que me desperté encerrada en el psiquiátrico, quizá una semana o menos. Al no tener seguimiento del tiempo, no era capaz de distinguir la noche del amanecer, el no tener noción de cuándo se escondía el sol y cuándo salía la luna no me favorecía en lo absoluto. El no poder ver por alguna ventana, el no poder sentir la brisa rodearme o el césped bajo mis pies me estaba afectando y molestando más de lo que esperaba.

Pequeñas cosas que creía insignificantes, en esos momentos me convertían que algo que deseaba poder apreciar y contemplar.

Solo pedía un rato de libertad para no sentirme tan prisionera, un giro de tuerca para que mi realidad no me torturada tan veloz y brutalmente como lo estaba haciendo.

Todos los días eran iguales, durante todas las jornadas hacia lo mismo, y eso estaba acabando con la poca claridad que podría llegar a conservar hasta ese entonces. Si continuaba de la misma manera en la que estaba, terminaría creando un trasfondo con sucesos inoportunos que traerían más represalias. Si casi nueve meses encerrada habían sido suficientes para adentrarme a una vida de fantasía, ¿Qué o quién me aseguraba que un par de días no bastarían para que, una vez más, regresara allí dentro para no volver? Yo misma, sin tener un avanzado conocimiento sobre la psicología, llegué a la conclusión de que si permanecía enfrascada entre esas cuatro paredes y en aquella rutina, mi salud mental se iría por el drenaje.

Sin embargo, podía decir que lo único que cambiaba de todo ese ciclo repetitivo y que, por supuesto, no ayudaba mucho con mi estabilidad y tratamiento era la tolerancia de Ed hacia mí. Sonreía un poco más; se mostraba más relajado y liberado, incluso me había contado un poco sobre su comienzo como profesional, el como se presentó en la entrevista de trabajo acompañado de alguien más y como ambos entraron, ganándose el respecto y la admiración de todos en el lugar. Las psicoterapias habían dado un vuelco y en vez de ser yo el centro de conversación, pasamos a que él me platicara de las cosas que quisiese hablar. Por supuesto que fue mi petición, ya que si fuera por el doctor Lockwell jamás comentaría nada que tuviera algo que ver con su vida privada, pero notando que las horas pasaban lentamente y que mis relatos sobre lo que recordaba y lo que no se los sabía de memoria, le pareció agradable y entretenido pasar el tiempo charlando de cosas al azar o alguno que otro momento que él hubiera vivido. Obviamente que temas a profundidad no hubieron, siguiendo el protocolo de que no se debía de confiar en los pacientes, ni mucho menos mencionar algo que pudiera perjudicarlo, aun así fue placentero ver como su comportamiento cambiaba y dejaba reflejada la buena hospitalidad y personalidad que él ocultaba dentro de su ser.

Así habíamos pasado los días, hablando y olvidando por completo la diferencia que existía entre nosotros. Durante el lapso de tiempo que ocupábamos en nuestras conversaciones, dejábamos a un lado el asunto de la medicación, el edificio en donde nos encontrábamos y hasta parecíamos borrar los malos e incómodos momentos; le habíamos dicho adiós a las miradas desagradables, comentarios hirientes y a la confusión que había tenido al permanecer tanto tiempo dentro de mis tantas alucinaciones... nos habíamos despedido de aquel diminutivo que él tanto detestaba.

Lo malo fue ser consciente del trascurrir de los días, y notar como mi memoria continuaba sin estar completa. Y aunque Ed fuera mi psicólogo, nunca me contó mi historia, solo decía que era cuestión de tiempo para que mi propia mente me hiciera recordar pero, aún así, no pasaba. Por más que rogara para recuperar algún episodio vivido nada llegaba; ni un nombre, un rostro o algún sitio que explicara algo... nada, absolutamente nada se proyectaba en mi cabeza.

De lo único que tenía recordatorio era del agotamiento físico que sentía a cada minuto. En esos días me sentí muy cansada, y a pesar de dormir lo suficiente parecía que a mi cuerpo no le bastaba. Cada músculo pedía descansar durante una semana entera y, quizá así, lograría recargar las energía que requería para el movimiento diario. Mientras que mi mente lo procesaba todo rápidamente, mis extremidades eran como gelatinas, ante cualquier movimiento se deslizaban de un lado a otro sin llegar a ningún lado que no fuera una cama o una silla.

Sabía que no tenía la culpa de que mi anatomía permaneciera tan moldeable frente a cualquier situación, sino que eran las malditas píldoras que Léonard me daba casi a diario las que provocaban que estuviera así de susceptible. Me decía que eran a mi favor; que con ellas podría estar tranquila y relajada, que ya no tendría que preocuparme por las apariciones repentinas de la silueta o por el pánico que esas visitas pudieran causarme. Si, cumplían su función a al perfección; dejándome sedada, con los párpados pesados y balbuceando incoherencias pero, aún así, me sentía un tanto incómoda. Pasaba la mayor parte del tiempo inconsciente, sin tener razonamiento de qué era lo que sucedía a mi alrededor, y eso no me parecía muy favorable.

Aun así, tenía la leve esperanza de que él lo hiciera para ayudarme, para mantenerme en un estado calmado y que esto no aumentara las posibilidades de volver a la otra vida. Viéndolo de esa forma era agradable, pero tener a Léonard cerca de mí cada vez que abría los ojos me estaba abrumando y, a su vez, asustando. Tenía una extraña sensación de que eso no era normal, algo me decía que debía de estar atenta o tendría problemas. Su cercanía no parecía tan formal que se dijera, y era un poco mucho cuestionable el hecho de que siempre apareciera a mi lado como por arte de magia. Me sofocaba su presencia.

Su demostración de afecto era lo que más me inquietaba, ni siquiera en mi vida creada había sido tan expresivo; en ella no hubieran abrazos, caricias ni mucho menos palabras halagadoras. Quizá en otras circunstancias no le daría importancia, pero en ese caso, en ese preciso momento, estaba más alerta que nunca.

Jamás debíamos de confiar en alguien y, por supuesto que entregar tu confianza en personas que no conocías realmente, estaba prohibido.

Por lo tanto el aceptar la actitud del señor Ferrer no era algo que pudiera hacer, pero tampoco podía hablarlo y dejar ver mis inquietudes porque sería peor para mí. Mientras que nadie tuviera conocimiento sobre mis miedos, las cosas continuarían tranquilamente, pero si alguno de los profesionales o guardias descubría lo que pensaba sobre el director de lugar entonces lo usarían en mi contra. Sabía que acusar a alguien sin tener pruebas solo causaba problemas para la persona que dejaba ver sus pensamientos, y si Léonard se enteraba que su actitud me causaba repugnancia podría llegar a enfadarse o aumentar la dosis y decir que era necesario porque ya estaba alucinando una vez más. Lo mejor era dejar que las aguas del océano se mantuvieran serenas hasta que pudiera hallar una superficie de donde sujetarme y así llegar a tierra firme.

La cuestión más grande era encontrar de qué aferrarme y no ahogarme a mitad de camino.

También estaba el hecho de mi trastorno de personalidad; aquello que creía imposible, algo que veía muy lejos y que nunca pensé pasar, constantemente se presentaba de diferentes maneras.

Ese tema fue uno que no pude capaz de aceptar a la primera.

Ed me había contando que todo tenía que ver con la silueta; que habían días en los que me asustaba y otros en los que me oían hablando sola, momentos que pasaba llorando y rogando para que me rescataran de él, y otros donde reía sin parar, charlaba y parecía feliz. Aun con el pasar de los meses, nunca llegaron a entender con claridad lo que decía, o por qué sonreía, solo sabían que ese ente lo causaba ya que lo había mencionado un par de veces. Pero, por mi parte, no era capaz de recordar lo que sucedía, no sabía si era las píldoras que me dejaban en ese estado, o por culpa de mi mente que no era capaz de retener información. Me preocupaba más que fuera lo último, ya que no sabría cómo vivir con eso.

¿Hacer o decir cosas que luego olvidabas? No era algo por lo cual estar feliz. Sería una maldita desgracia si eso me ocurriera a mí. Y a lo mejor me había acostumbrado a ser una paciente, pero el no recordar lo que pasaba al día siguiente era algo que me aterraba.

No sabía si eso con el tiempo se solucionaría. Quizá había algo que estaba bloqueando la parte de mi cabeza que almacenaba los recuerdos… a lo mejor había algo más grande detrás de todo eso. Un hecho que quisiera olvidar, algún dolor tal vez.

El tema era tan retorcido como una serpiente antes de atacar; los diversos momentos se enroscaban queriendo sobresalir de los demás sin importar qué tan reales eran o no. La batalla se presentaba en lo más adentro de mi cerebro; los luchadores mostraban sus lanzas, armas y dientes queriendo intimidar a los oponentes. Y, mientras que la guerra continuaba en su máximo apogeo, yo me encontraba entre la espada y la pared; sin rumbo, sin entender qué recuerdos eran verdaderos... sin tener acceso a mi vida pasada, a mis lamentos.

¿Cómo curar mis heridas si se mantenían ocultas?

¿Cómo ponerle un inicio y un final a una historia a la cual le faltaban capítulos?

Mi mente era como leer un libro al que le habían arrancado páginas, no tenía de dónde aferrarme para entender. Miles de lagunas inundaban el almacenamiento de recuerdos, borrando cosas relevantes y dejando unas pocas casi sin importancia.

Ni siquiera los profesionales podían con mi loca cabeza, y eso era algo preocupante.

Resoplé cuando algunas imágenes se proyectaron ante mis ojos como si se tratasen de una película.

Aún recordaba el odio que sentí por Víktor el día en que desperté en mi habitación y me vi vestida con su overol, ¿Quién iba a imaginarse que todo había sucedido dentro mi cabeza? Sus palabras, sus «amenazas», su egocentrismo... sus sonrisas, todo lo que creía de él fue parte de toda mi locura. Había sentido todo tan real; cada sesión, cada plática, toda mi existencia en sí, que fue abrumador el tener que hacerme a la idea de que aquella era mi nueva vida, la cual había sido así desde meses atrás. Lo que pensé que sería eterno únicamente era parte de un lapso de un período, un pequeño fragmento de una vida tan deseada y aclamada que después se convertía en la mismísima nada. Lo vivido jamás sucedió, y lo que sí había ocurrido no estaba presente en mi memoria.

El solo hecho de revivir esos escasos sucesos me hacia sentir deprimida, y no era únicamente por estar encerrada, más bien era porque hacia días que no veía a ese hombre alto con sonrisa torcida y cabello azabache, y eso no me gustaba. Me había acostumbrado tanto a su presencia que en ese momento era extraño el no verlo u oír su voz; observar como ladeaba su cabeza y se burlaba de mí, apreciar sus ojos tan azules como el océano, deleitarme como su fuerte musculación debajo del traje... incluso podía decir que echaba de menos el maldito sonido que hacía con sus nudillos.

Inconscientemente me mordí el labio inferior. Deseaba tenerlo frente a mí y poder disfrutar de esos instantes una vez más.

¡Carajo! Sí que estaba perdida.

Pensando en Víktor, ¿Era en serio? Ni siquiera sabía cómo era su personalidad en realidad, o si sonreía de esa manera en la que me había acostumbrado ¿Su tono de voz sería el mismo? ¿La gravedad de su risa? Si tocaba su cuerpo por sobre la tela de la bata médica, ¿Sentiría la misma masa dura y perfectamente trabajada que me pareció sentir aquella vez en la alucinación del beso?

¿Sus labios seguirían siendo suaves y cálidos?

¿Víktor Heber seguiría siendo el mismo hombre que insinuó que sentía cierta clase de afecto por él?

Insinuación que terminó siendo verdadera.

No.

Lo único que podría llegar a sentir por ese hombre era atracción porque, a pesar de toda la maravilla que pudiera adornarlo, las horas convividas y los acercamientos que creí que tuvimos crearon un tipo de fijación hacia él que podía ser disfrazada por cualquier otra emoción ante los ojos de los demás, pero no para mí. Además, también influenciaba el hecho de que era la persona a la que más recordaba, el haber pasado casi todos los días a su lado había dejado repercusiones. Y si nada de eso era creíble, solo bastaba con recordar sus relatos macabros y sus gruñidos en las primeras psicoterapias; sus actitudes habían sido diseñadas e incorporadas por mí y, aunque al comienzo me había molestado su comportamiento, al estar encerrada y pensarlo bien, me pareció gracioso. Fue entretenido tener su compañía pero, luego descubrir que había sido mi propia mente la promotora de toda aquella locura, la alegría se iba esfumando poco a poco.

«“Recuerda que nada de eso pasó, ni sus conversaciones, ni tus pesadillas, nada.”»

Sus palabras se incendiaron en mí como antorcha.

Nada había ocurrido... ni siquiera un saludo habíamos tenido. Heber era un desconocido para mí y, seguramente, yo también lo era para él, y eso me dolió un poco más.

No conocía a esas personas, pero aún así mi mente se hizo cargo de crearles una vida a cada uno de ellos… haciéndome sentir importante durante el proceso. Ni siquiera había tenido una base como para poder empezar, simplemente se lanzó e idealizó personalidades que, a lo mejor, eran todo lo contrario con las verdaderas.

Decían que cada mente era un mundo, pues bien... mi cerebro se había creado su propio planeta, un espacio donde, aunque algunas cosas no fueran perfectas, yo era aclamada como alguien importante, dejándome así en el centro de todo.

En aquel sitio, Eddie había sido mi amigo y mi acompañante. Una persona a la cual creía conocer desde hacia tiempo atrás, alguien que siempre habían estado para ser mi apoyo incondicional, que sabía mi historia de principio a fin y que... ¿Nada? Pensándolo bien, no entendía por qué no lo había notado antes. En mi cabeza sabía que llevábamos tres años viviendo juntos, pero aún así no recordaba ningún hecho que me lo confirmara, ¿De qué lado de la cama le gustaba dormir? ¿A qué hora solía despertar en las mañanas? ¿Cómo le gustaba que fuera su desayuno? ¿Conocía a alguien de su entorno laboral? ¿Sabía cómo se llamaba la supuesta hermana pequeña que tenía? La respuesta estaba tan clara como el agua: no sabía sus preferencias, ni conocía su círculo amistoso ni mucho menos el nombre de la niña. Ni siquiera había un pequeño recuerdo de alguna fiesta, salida o algo que me dijera que esa amistad había sido real. El único momento que habíamos compartido fue el día en que salimos a pasear con Loky y, si me detenía a pensar, diría que el trayecto del parque hasta nuestro hogar me parecía borroso y un tanto diferente a como pensé que lo había visto aquella vez; el recorrido me confundía y me mareaba, como si realmente nunca lo hubiera trazado, como si aquel suceso jamás hubiera ocurrido y mi mapa de la ciudad no llegara a conocer esas calles que trascurrimos para terminar en ese lugar.

Otra herida más para tu ya destrozado corazón.

Levanté mis dos manos y comencé a masajearme las sienes.

Quizá era tiempo de aceptar la realidad y dejar de cuestionar cada momento imaginario que había vivido.

Porque si continuábamos de esa forma, también podría agregar que estaba el asunto como Léonard; quien supuestamente había sido la persona que me enseñó todo lo que sabía, alguien que me admiraba y había arrojado su confianza en mí. Una persona con la que, supuestamente, había platicado sobre cosas banales durante años, con quien había compartido casos y consejos, entre otras cosas. Sin embargo, no tenía recordatorio del primer día en que lo había visto, ni de cuál había sido nuestra primera conversación o cuándo era la fecha en que comencé a trabajar para él.

Y por más que creí que me lastimaría el tener conocimiento de que lo que pasé con él no había sido real, no sentí absolutamente nada que pudiera afectarme. Aquel hombre era un completo desconocido y no me dolió ni siquiera un poco. En cambio con el doctor Ed y Víktor sí; saber que con ellos no había tenido charlas fuera del tema laboral, —por no decir sobre mi caso— me molestó y lastimó más de que pensé que lo haría.

Volver a descubrir que estaba sola, me hirió.
Saber que nadie me estaría esperando fuera de esas cuatro paredes, me entristeció. Comprender que ni siquiera tenía un enemigo que tratara de dañarme, me confundió. ¿Qué había sido de mi vida durante esos años?

Pero sobre todo, descubrir que, tal vez, no había terminado ni iniciado la universidad y que cuando saliera del psiquiátrico, si era que lograba curarme, me esperaría algo incierto, me provocó desesperación. ¿Dónde viviría? ¿Tendría techo y comida? ¿Tendría trabajo algún día? ¿Tenía una profesión? No recordaba lo que había estudiado, ni siquiera para llegar a ser psicóloga, mi mente era un lienzo en blanco. Se suponía que eso jamás se olvidaba pero ahí estaba yo; recostada en la cama pensando en todo lo que había sido, pero que en realidad no fue.

¿Qué clase de elección había tomado en mi adolescencia para terminar allí?

Ese era el gran problema, algo me había llevado hasta el estado de demencia en el que estaba. Un conflicto me había tomado de la mano y me había guiado hacia la puerta de la locura, y ésta me dejó entrar hasta perderme en sus pasillos, pero nunca me indicó el camino de regreso a la salida, a la cordura. Me adentré tanto en esa interminable ruta de irrealidad, que me estanqué entre sus acciones inventadas. Ocultó su maldad y negrura en bondad y claridad, y yo como una idiota caí en el juego de la demencia.

Toda mi vida se había esfumado en un abrir y cerrar de ojos, la realidad se había presentado ante mí sin anestesia; mostrándose cual era sin detenerse a pensar en si me afectaría o no. Todo lo que creía conocer se desvaneció tan rápidamente que no me dejó comprender el por qué de cada cosa. Me encontraba queriendo hallar explicaciones, pero entre más buscaba más preguntas sin respuestas surgían.

Ni siquiera en ese momento tenía soluciones, habían pasado días y yo seguía sin saber sobre mi verdadera historia. Parecía una niña pequeña intentando dar sus primeros pasos, batallando entre querer ser valiente o inclinarse por la cobardía. Una infante que, aunque era la primera vez que lo intentaba, dentro de ella había algo que le indicaba los movimientos y de dónde sujetarse para no caer.

Había algo que la guiaba por su camino… llegando así a la verdad.

Pestañé seguidamente.

Una respiración cerca de mi oído me hizo estremecer, erizando cada centímetro de mi piel. Como si mi cuerpo se tratase de un resorte, rápidamente me incliné y me senté sobre la cama; miré la almohada pero no había nada sobre ella ni a su lado, aun así, sabía que había sido él. Esa era su manera retorcida de mostrarse; se había acostumbrado a tratar de asustarme, presentándose repentinamente con un suspiro o murmuro en mi oreja aun sabiendo que, a veces, no era yo misma y que podría reaccionar de diversas formas. En ocasiones salté gritando y llorando, en otras esperé enfadada cruzada de brazos y con el ceño fruncido hasta que veía su silueta a mi lado.

Y aunque trataba de dejarle en claro a mi mente que él no era real, nada positivo sucedía. Era como retroceder el gran paso que había avanzado al aceptar y no ponerle peros a mi actual vida.

Mi lucha con mi propio cerebro parecía un maldito tira y afloja, que al final me dejaba en la mismísima nada. El no poder acceder a mis recuerdos y controlar qué podía asustarme y qué no, me enfurecía.

Mi cabeza me controlaba a su gusto, eligiendo sus preferencias sin tener en cuenta lo que yo decía y quería. Sabía que seguiría así hasta el día en que yo fuera capaz de manejarla, destruir la barrera que detenía mi voz y silenciar sus órdenes para así poder conducir mi anatomía por completo sin tener miedo a las consecuencias por olvidar algo o por der manipulada por alguien más. Tenía que conocer mi historia para poder tomar el control una vez más, y así vivir tan regularmente como se pudiese después de salir de un hospital mental.

Podría decir que hoy te ves un poco más normal.— dijo, todavía oculto entre las sombras.

Sonreí sin llegar a mostrar mis dientes.

— Mi amada creación, que gracioso eres.— ironicé.

Su carcajada resonó entre las paredes, y segundos después sus iris carmesí brillaron, al igual que su blanquecina dentadura.

¿Amada creación? ¿Me amas, Alejandra?

Viré los ojos ante su pregunta.

¿Le tenía afecto? Tal vez, después de todos los malos ratos que me había hecho pasar, —momentos que verdaderamente no ocurrieron— podría decir que lo quería. Así como había pasado con Víktor, la cercanía causaba costumbre y ésta a su vez creaba sentimientos.

Sería estúpido negarlo, aun así quería bromear un poco.

— Sino lo hiciera, ¿Por qué te creé?— indagué, alzando una ceja.

Porque estabas sola y necesitabas con quién charlar.— sentí su peso sobre la cama, y ni siquiera por eso me moví. Me mantuve recta sobre el colchón, observándolo de reojo.
Maravilloso. Mi broma había retomado la dirección opuesta a la indicada y se quedó conmigo, picoteando mi costado.

Sus palabras se paseaban de un lado a otro, haciéndome recordar que nadie más, a parte de esa entidad, estaba conmigo. Después de todo, por alguna razón lo había creado, la soledad provocaba una clase de angustia que te hacia aferrarte a cualquier cosa con tal de no escuchar como el eco de sus zapatos se repetía millones de veces ante de la falta de sonidos. Supuse que el estar encerrada más de la mitad del día causó que terminara llamándolo inconscientemente, inventando que una silueta completamente negra se presentara como mi única compañía.

Te cansaste de ver paredes... querías un amigo.— comentó, deteniendo mis pensamientos.

Giré mi cabeza y lo detallé visualmente.

El intenso rojizo se llevaba toda mi atención primeramente; las líneas negras que ondeaban con lentitud a su alrededor como si se tratase de llamas de fuego, permanecían intactas como la última vez que lo vi. Su tranquila respiración me hacia pensar que no solo era una creación, sino que tenía vida propia. Pero ese pensamiento desaparecía en cuanto notabas sus colmillos y sus garras.

Aclaré mi garganta antes de hablar.

— Un amigo no tan tolerable a la vista.— sus ojos rojos me observaron fijamente. Ese perfecto color carmesí era tan cautivador, tan atrapante que podría pasar horas perdida en él.

Sólo basta acostumbrarte, ni que fuera tan feo.— se burló.

— Ni siquiera he visto tu rostro completamente.— mencioné, sabiendo que podía apreciar sus iris y dentadura más nada de lo demás.

Tienes razón, tu mente no llegó tan lejos.— se lamentó y, aunque pareciera loco, oí que chasqueó su lengua— Créame uno, Alejandra. Seré quién quieras que sea.

Me parecía una idea interesante, poder ver más allá de blanco, rojo y negro sería estupendo. Quizá podría añadirle colores claros y así cortar con tanta matiz sombría

— ¿Puedo hacer eso?— le pregunté.

Eres capaz de eso y mucho más.— alentó, y no supe por qué pero sentí como mi corazón se comprimió.

Tragué saliva y evité cualquier sensación negativa. Estaba por hacer algo importante, tendría oportunidad de agregarle accesorios a lo que algún día temí. Yo lo había creado, yo tenía poder sobre él y eso me llenó de valentía y fuerza.

Me perdí en sus dos grandes ojos, que podían confundirse con faroles hermosamente exquisitos, pero que, a su vez, eran demasiado llamativos para mi gusto. ¿Quién podría ser el privilegiado en portar tal maravilla? ¿A quién le quería perfecto esa tonalidad? Solo eso bastó para que toda yo viajara a un lugar demasiado ficticio.

Conocía a la persona ideal...

Por unos milisegundos una loca imagen se me cruzó por la cabeza; alguien alto, con sonrisa maligna y buen cuerpo. Un hombre apuesto que podría tener frente a mí siempre que la silueta apareciera, podría deleitarme y... ¡No! Ya había sido suficiente. Negando, descarté esa idea de inmediato.

Él no necesitaba un rostro, y yo no necesitaba hacerme falsas ilusiones con algo que ni siquiera existía. Era estúpido el solo pensarlo, y me maldije por eso. No tenía que seguir cayendo.

— No…

Entiendes que sé tus pensamientos, ¿No?— me interrumpió.

— No importa, no necesitas nada más.

¿Estás segura?

— Por supuesto, te he visto así desde ¿Qué? ¿Casi nueve meses? Sería absurdo cambiar algo que ya me acostumbré a ver.

Pero, dijiste que no era tolerante a...

— Olvidado, por favor.— pedí cortándolo, ya no quería hablar de eso.

De acuerdo.— accedió medio convencido— Dime una cosa, ¿Aún me tienes miedo?

Suspiré y mentalmente agradecí que me hiciera caso.

— Sabes que hay días en los que me aterras y no entiendo por qué.— confesé, afligida.

Controla tu mente, yo vivo en ella, no soy real.— aconsejó.

Él ya me había demostrado que no era real, y que su cuerpo desaparecía si tratabas de tocarlo. La silueta dejó en claro que era mi creación y, por ende, no podía hacerme daño porque si eso sucedía entonces él también desaparecería. Estaría conmigo siempre porque no podría desprenderse de mí, me seguiría a cualquier parte ya que no contaba con movilidad propia para hacer lo que deseara... solo existía en mi cerebro, fuera de éste no había rastro de él.

La silueta sería mi única compañía y amistad, tanto como quisiera o como si no. Al menos hasta que pudiera tener a alguien real conmigo, o quizá ni así pudiera ser capaz de soltarlo.

— No puedo evitar asustarme, no es algo que yo sepa manejar.

Pues, deberías hacerlo. Antes lo hacías y...— hizo una pausa cuando notó que estaba hablando de más.

— ¿Qué hacía antes?

Lo sabrás con el tiempo.— se limitó a decir.

— ¡No! Ya estoy harta de esperar.— bramé, poniéndome de pie.— Te exijo que me contestes.— lo apunté con un dedo.

Su dentadura incrementó su volumen cuando sonrió.

Esa valentía deberías de tener siempre, así dejarías de temerme.

— No cambies de tema.— bufé, llevando mi mirada al techo. Tomé un par de bocanadas de aire antes de volver mi vista hacia él— ¿Me harás repetir la pregunta?

Un resoplido fue lo que recibí de su parte.

Alejandra, yo...

— Te lo haré fácil.— lo interrumpí— Si no me dirás lo que quiero saber, entonces vete.

No me puedes exigir algo que te dañará emocionalmente.— susurró en tono lastimero.

¿Saber sobre mi antiguo comportamiento me dañaría? ¿Acaso conocer mi historia lo haría? ¿Tenía que estar entre las sombras de la ignorancia por miedo al dolor? ¿Hacer como si nada sucediera por temor a enfrentarlo? Él me estaba pidiendo rendirme y dejar que mi mente siguiera haciendo lo que quería.

¿De qué lado estaba realmente?

Al ser su creadora esperaba que, como mínimo, estuviera apoyándome en lo que deseaba hacer y saber, no que a la primera me demostrara que, si fuera por él, mi vida quedaría obstruida por oscuridad durante más tiempo. Esperaba tener su lealtad y que no me traicionara como mi cerebro lo había hecho... aunque, viéndolo desde una perspectiva diferente, supuse que para la silueta sería fácil continuar con las órdenes dadas por mi cabeza y no darle la espalda. Me imaginé que si mi mente fuera una persona; él estaría a su lado como su más fiel seguidor, ya fuera por devoción o porque ese era su hogar.

¡Y así se hacia llamar amigo!

Hipócrita que prefería mantenerme en ese lugar en vez de ayudarme, eso era esa jodida entidad de pacotilla y...

No soy nada de eso.— habló, y arrugué la nariz.

Olvidaste que él conoce tus pensamientos.

Sí, se me pasó por completo ese detalle.

— Y-yo no...— tartamudeé.

Deberías de comprender que sólo quiero protegerte. No te haría daño, ni física ni emocionalmente.— me cortó.

— ¿Esa es tu manera de protegerme? ¿Ocultando mi pasado?

Es lo mejor.

— Lo mejor es saber la verdad aunque duela.

No puedo, lo siento.

Largué un bufido y me volví a sentar a su lado.

Podía estar enfadada todo lo que me viniera en gana y quererme alejar de él, tal vez cruzarme de brazos y apoyarme en unas de las paredes para que supiera lo enojada que estaba. Pero habían dos razones que me lo impedían, la primera; no quería seguir de pie porque sabía que tarde o temprano un mareo me consumiría y todo gracias a las píldoras que me entregaba Léonard, y la segunda; no era como si la habitación fuera lo suficientemente grande como para hacer tal berrinche. Así que debía de conformarme con estar sobre el colchón cerca de él, eludiendo su mirada y a su vez evitando a toda costa causar algún roce, aunque sabía que su cuerpo se desvanecería en cuestión de milisegundos ante mi tacto, no quise producir cierto momento incómodo.

Escúchame...

— ¿Acaso quieres que vuelva a tener una recaída?— pregunté porque, aunque dijera que su intención era protegerme, me parecía sospechoso que no quisiera hablar de ese tema en particular.

¿Qué? Por supuesto que no, lo que menos deseo es eso.— confesó rápidamente.

— En las otras veces, cuando regresaba a la realidad, ¿Conocía mi historia?

Sí, eso te dañaba mucho...— sus ojos chocaron con los míos, y pude ver tristeza en ellos— Incluso llegabas a sufrir ataques de pánico, yo... tú mente te mostraba todos los recuerdos en tan sólo segundos. Todo volvía de golpe y eso te lastimaba.

— Si ya lo sabía, entonces ¿Por qué no me lo quieres decir ahora?

Porque esa es la causa por la cual estás como estás; la mente evita el dolor y esconde cada vivencia en donde él esté.

— Es muy contradictorio todo lo que dices,— sonreí fingidamente— Quieres que sea fuerte pero me resguardas de todo.

Solamente lo hago por tu bien.

— Ya me cansé que decidas por mí, es tiempo de que yo elija.— apreté mi mano— Ayúdame a recordar,— le pedí, necesitaba saber la verdad, y olvidarme de todo lo demás— Quiero respuestas.

Cerró sus ojos y suspiró.

¿Estás segura?

— Sí, lo estoy.

De acuerdo, — accedió, y pude soltar el aire que no sabía que estaba conteniendo— Sólo relájate.— se inclinó hacia adelante y posó su mano sobre mi cabeza.

Recordé que así había hecho aquel día en el que dijo que quería que viviera mi vida. El comienzo de todo había empezado con solo un toque de su parte.

Me sentí libre; noté mis extremidades aflojadas más de lo normal, mi respiración se tranquilizó y mis párpados comenzaron a pesar. Olvidé la oscuridad que habitaba en mi alrededor, y dejé que mi mente me llevara al momento culmine… donde todo había empeorando.

Cerrando mis ojos, rogué para que las palabras dichas por la silueta no fueran reales; pedí que mi vida no hubiera sido tan dolorosa como él me había dado a entender.

No era consciente de que una vez haber visto la legitimidad de las cosas, nada seguiría igual. Tampoco fui capaz de comprender que había verdades muy dolorosas, las cuales queríamos abandonar, y no regresar jamás.

No entendía que, en ese aspecto, mi mente quería salvarme y, en esa ocasión, no era mi enemiga.

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